No están las condiciones
Para paces.
Tampoco para guerras.
Las condiciones están
Para el silencio.
Para extender las manos.
Para oírte.
Nadie en la calle.
Perros.
Seguidilla de dientes
y mangueras.
Ficción de barrio,
vida puertas adentro.
Diente y rejas.
En un día como hoy
un simplemente 30 de noviembre
agradezco a la señora Carmen
que me hizo una reineta
a la parrilla
y me habló de su madre
y su hermana mayor,
muertas las dos,
queridas,
en ese
o algún otro rincón
de Cartagena.
Agradezco a don Pedro,
fino y sabihondo
guía voluntario,
un igual
en su historia
y sus quehaceres,
un amigo quisiera
para otros recorridos.
Agradezco al azar
que me llevó a la roca
a la hora justa,
al retumbe del mar,
a la amplitud
ondeada
del poniente.
Agradezco al que dejó
(no sé quién todavía)
tajadas de limón
en un pocillo de agua;
un vaso,
las sábanas,
como en tiempos más lentos,
abiertas y dobladas.
Y le agradezco al grillo
que, anónimo de anónimos,
hasta podría decirse
que me canta.
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